martes, 30 de julio de 2013

Pilas de leña

Es la misma idea
que vuelve a aparecer
en un murmullo
enrarecido por la hiel

Fue como tomar impulso
hacia el afuera, abarcando
un espacio, multiespacio
que es de todos los demás

Arranca fuerte como el viento;
endebles, las ramas deja
y las apila ordenadas
sin saber bien más qué hacer

Respira hondo sobre la leña
jamás usada, porque el fuego
no es algo que
la tenga acostumbrada

La miran con impaciencia
unos ojos roedores
de historias llenas
de vida y penas.

Y le piden más y más
que ceda su tiempo
que deje su espacio
que mida con pruebas
su falta de apego.

Destruye su instinto
y vuelve a pensar
en esa misma idea
enrarecida por la hiel

martes, 9 de julio de 2013

Territorios (de febrero del 2013)

Hay días en los que uno necesita marcar límites personales de tiempo y espacio.
¿Cuál es mi manera? Por ejemplo, caminar toda la calle principal del barrio donde nací, de punta a punta, yendo por una vereda, y volviendo por la otra. 
Eso significa marcar los límites para mí. Para evitar invasiones de cualquier tipo, para encontrar el centro, para poder estar con uno mismo y reconocer el camino recorrido.
En realidad, esas son las ventajas de haber vivido durante veinte años en el mismo barrio, y de haber vuelto al mismo. Por eso, en pequeñísimos viajes puedo reconocer la escuela a la que fui, la iglesia donde me bautizaron, quizás sin pedirme permiso, los pasos que di para encuentros y desencuentros varios; las huidas para el costado y para el lado contrario. Las personas con las que quise hablar y no pude; las personas con las que hablo siempre, con quienes hablo sin decir nada; los caminos perdidos y las voces valoradas, las no escuchadas. Las que vuelvo a oír y las que nunca pude. A quiénes amé, a quiénes lloré.

Hay días en los que necesito marcar ese territorio para plantarme ante cualquiera que venga de afuera, de otros lugares, sin saberlo yo, a querer entrar en mi espacio. Quizás sea un poco posesiva, exagerada, pero eso me pasa en estos días.
El lugar donde nací, es decir, la maternidad donde llegué al mundo, también juega para mí ese papel de territorio. No sé por qué pero cuando descubrí que nací donde nací, valga la redundancia, cada vez que paso por esa esquina me siento siempre un poco más importante, radiante, como si hubiese una energía especial que me diera fuerzas, una especie de comodín o amuleto. Claro, es algo muy mío.
 Hace unos años me tomé un café en la cafetería que tenía el nombre de la clínica donde nací. Calculo que habrá sido el mismo lugar en donde a mi papá se le rompió el asa de la taza de café con leche que estaba tomando la madrugada posterior a mi nacimiento.
Así, con una broma, lo recibí; él, por su parte, me recibió con un traje manchado de café con leche, ya que en esa época se usaba traje para todo.
La clínica, al ser privada, fue ocupada por el café restaurante de igual nombre. Pero la cafetería tampoco existe hoy.  Y en su lugar hay un mac donald´s, que, casualmente, pasa música que me gusta y no cualquier música. Solamente me queda la idea vaga de que en ese espacio, sobre esa combinación de latitud y longitud, yo me tomé un café, y él, mi flamante papá, se tomó un café. 
Casi que  tomamos un café juntos.
Quizás es lo que a uno le queda de las personas que han pasado por su vida, imágenes, presunciones, recuerdos vagos, transformados, construidos y reconstruidos como a uno le place o como uno puede.
Tuve algo de suerte, mi papá escribió un par de poesías al enterarse que yo estaba en camino. Eso sí que es tangible.
Aquí transcribo.

La espera  (1974)

Sin aún tener la seguridad del sexo
llena la casa de incipiente vida
Expectantes, ante la inmensa dicha
de esperar… qué espera tan querida

Y aún sin nombre
su intangible ser
lo nombramos,
lo podemos ver

Cuánto amor en derredor lo espera
Flotando en inmedible tiempo
Acolchando la marcha de las horas
Protegiendo al nacer, su hermoso cuerpo.

Y aún sin nombre
su intangible ser
ya lo amamos

aún sin poderlo ver